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Descubre el Parque Natural de ses Salines a pie o en bicicleta: Ruta sa Sal Rossa

La naturaleza, la historia y la cultura salen al encuentro del caminante y del ciclista. Recientemente se presentaba en la Feria Internacional de Turismo de Madrid (FITUR) estás dos nuevas rutas señalizadas en las que el caminante y el ciclista podían recorrer los puntos más interesantes del parque natural.Estas rutas estarán señalizadas con unos tótems en los que encontraremos unos códigos QR que al escanearlo nos dirigen a unas fichas con toda la información del punto.

En este artículo os presentamos la primera de las rutas, la que denominamos “Ruta sa Sal Rossa” ya que podremos visitar la torre de vigilancia que le da nombre.

Ruta sa Sal Rossa

Esta obra de ingeniería se remonta a la época fenicia y desde entonces sus aguas multicolor son una de las muestras más reconocibles de la economía tradicional de la pitiusa mayor. Los estanques forman el núcleo del Parque Natural del mismo nombre y conforman el hábitat natural de un amplio catálogo de especies animales y vegetales. Un entorno único que ofrece al visitante multitud de atractivos que bien merecen una visita.

La ruta de Sa Sal Rossa se puede empezar por cualquiera de los puntos señalados. En este caso la iniciaremos en la iglesia de Sant Francesc de s’Estany hasta llegar a la zona de playa d’en Bossa, desde donde emprenderemos el retorno al punto de partida.

La coqueta iglesia del S. XVIII, de muros blanquísimos, presume de un característico perfil y preside el diminuto núcleo de Sant Francesc. Anexo a la construcción, en la casa rectoral, se encuentra el Centre d’Interpretació de Ses Salines, una excelente oportunidad para sumergirse en la historia de la explotación salinera, con fotografías, proyecciones y utensilios que sirven para divulgar los valores naturales y culturales del enclave.

Iglesia de Sant Francesc

Frente a la iglesia, junto a una estatua que homenajea la dura labor de los salineros, obra de Pedro Hormigo, se ubica una plataforma de observación ornitológica, que nos permitirá descubrir la riqueza de la avifauna del humedal. No muy lejos, a unos 300 metros siguiendo un camino despejado que bordea los estanques en dirección noroeste –el carreró de Can Blai– encontraremos una segunda plataforma elevada con el mismo fin.

Allí, en silencio, podremos contemplar cómo algunas de las más de 200 especies de aves que habitan en el parque pasan frente a nosotros en busca de alimento y refugio. Flamencos, cigüeñuelas, chorlitejos, correlimos, avocetas, ánades, garcetas, avefrías, aguiluchos, cormoranes, cercetas… el elenco de aves a divisar es amplio y hará las delicias de aficionados y profanos en la materia. La flora no se queda atrás y aporta un alto nivel de endemismos, resultado de la adaptación de cada especie al entorno. La caña, la sabina y el pino, éste ya en las lindes montañosas, son los más visibles pero les acompañan una importantísima flora de pequeño y mediano volumen que otorgan a la zona un valor natural de primer orden.

Situados de nuevo frente a la iglesia cruzaremos la carretera y tomaremos el camino que se abre junto al canal de agua y que discurre en dirección a playa d’en Bossa. El recorrido nos llevará hasta lugares cargados de historia como, por ejemplo, la cueva donde en 1936 el poeta Rafael Alberti y su esposa, sorprendidos por el inicio de la Guerra Civil, se refugiaron durante tres semanas. Una placa conmemorativa señala el lugar.

Torre de sa Sal Rossa y vista a Playa d’en Bossa

No muy lejos se halla la torre vigía de la Sal Rossa, ejemplo de fortificación costera del S. XVIII encargada de velar por la seguridad de las costas pitiusas, sometidas con frecuencia a las razzias de piratas y berberiscos. La torre se erige sobre un promontorio que separa el largo arenal de playa d’en Bossa de un recodo costero conocido como la Xanga.

Esta caleta fue un enclave económico de primer orden ya en la época fenicia. Durante el dominio de Roma, de sus aguas se extrajo el caracol (murex) con cuyas conchas trituradas se elaboraba la codiciada púrpura. Y en el S. XVI, sobre las rocas de la caleta, se construyó un gran muelle comercial que fue el primero en dedicarse al tráfico de sal, que ya se había iniciado en la etapa púnico-fenicia. A ello se sumó la instalación de una almadraba, cuyas capturas eran procesadas y conservadas en salazón sobre las instalaciones que se levantaron en esa misma superficie. De todo ello quedan aún vestigios identificables. De hecho, alrededor de 250 m² de esa antigua plaza salinera, junto a un tramo de acceso empedrado, se han recuperado y hoy, el caminante puede hacerse una idea de la frenética labor industrial que se desarrollaba en la zona. Aún se conservan los aljibes originarios donde se almacenaba el agua dulce y que nos transportarán a otros tiempos donde los recursos naturales eran la base del comercio.

Puedes ver el mapa completo de la ruta aquí.